Una vez al año, generalmente al principio de Enero o justo después de vacaciones, es cuando nos solemos plantear objetivos de mejora personal y/o profesional.
Por culpa de esto sólo una vez al año pensamos en ello y casi dejamos de hacerlo hasta ese momento. Los retrasos en lo que hay que hacer dependen de lo lejos en el tiempo que quede Enero o septiembre (si es este el mes en que volvemos de vacaciones). Aceptamos que sólo ese momento es el adecuado para actuar y nos demoramos en la toma de decisiones que puede que sean más urgentes que todo eso.
A la velocidad en que se producen los cambios y sobre todo por la aceleración de los mismos, probablemente sea mejor el establecer metas trimestrales porque así nos obligaremos a repensar todo con mayor celeridad y las demoras serán bastante menores.
Se incrementa así el sentido de urgencia por la proximidad de cada periodo trimestral y con ello la motivación necesaria para esforzarse en conseguirlo.
En todo caso, esta nueva periodicidad no puede cambiar que los objetivos más a corto no pueden divergir de los más a largo. Tener clara la idea de cómo queremos que sea nuestro futuro ha de realizarse sí o sí. Y de forma explícita. Los objetivos como siempre hemos dicho, han de ser concretos y escritos. Han de cuantificarse y no quedarse en una mera declaración cualitativa que vague en el mundo de las ideas pero que allí se quede. La gran ventaja de establecer objetivos trimestrales es que serán más alcanzables y por tanto motivarán más.
Para cumplir objetivos es conveniente tener método y para ello es muy importante poder planificar las tareas necesarias para poder alcanzarlos y no dejar que nada ni nadie cambie tu programación. Los compromisos ahora serán más urgentes (estarán dentro del trimestre) y por ello han de estar más claros y establecidos en nuestra agenda. Las prioridades se evidencian y como consecuencia las decisiones son más fáciles de tomar.
Vengo repitiendo que aquello que no se mide no mejora. Por tanto ha de medirse y establecer los indicadores de progreso, (ventas por unidades, por categoría, beneficios, acciones comerciales, clientes conseguidos, o seguidos etc.). Y los indicadores que usemos han de ser válidos para los sucesivos trimestres y sobre todo para calcular de manera más fácil también los objetivos a largo plazo. Mejor medir el desempeño que los resultados, mejor tratar de cambiar actitud que aptitud, aunque esto sea mucho más difícil y por supuesto más a largo plazo.
Incluso en el corto plazo hay que pensar lo que se vaya a hacer y no improvisar. El problema de pensar es que se necesita tiempo y tranquilidad y ambas cosas son escasas. El tiempo se gana delegando, resolviendo lo que se pueda resolver rápido en lugar de aplazarlo y sobre todo respetando lo que se haya programado.
Por otro lado, y a la hora de centrarse en hacer cosas alcanzables dentro del trimestre y en general en el establecimiento de objetivos es un hecho que tratando de ganar en eficiencia, solemos dejar de pensar en cambiar las cosas que funcionan y nos centramos en las que no o en las que funcionan peor. Lo que funciona se deja que siga funcionando y si se programan mejoras estas son sólo incrementales. Y esto se agrava en el corto plazo. Esto nos va a condicionar la continuidad de las cosas que funcionan y de ahí que mi consejo sea centrarnos más en lo que es un éxito, en lo que funciona que en lo que no. Tenemos que ganar el futuro y esto pasa por lo que nos está dando buenos resultados en el presente.
Y si los éxitos están en lo que funciona, de ahí la importancia en el largo plazo de anticiparse a lo que va a dejar de funcionar bien en algún momento del futuro y sobre todo de anticiparse a los competidores y al as demandas de los propios clientes. Y esto se suele pasar por alto en el corto y este es el peor riesgo de planificar tan a corto como lo es el hacerlo trimestralmente.
En resumen, los cambios lo son en todos los ámbitos del negocio y de su entorno, tecnológicos, sociales, económicos, culturales, políticos, laborales, demográficos, etc. y son tan profundos y rápidos que no podemos dejar de estar atentos ni un instante.
Y afectan a lo que hacemos bien tanto como a lo que hacemos mal. Es más útil centrarse en lo que va bien que en lo que va mal. Esto último hay que hacerlo pero primero lo primero.
Los farmacéuticos estamos poco formados en dirección de empresas y sin embargo manejamos una, la nuestra, de una envergadura económica nada desdeñable, máxime si se ha adquirido pagando un fondo de comercio especialmente oneroso.
Lo que nos ha ido bien nos ha reforzado y convencido de ser el camino adecuado pero esto no deja de ser un freno a la innovación. Hay que admitir una realidad inestable y muy cambiante que nos obligue a replantearnos continuamente el camino a seguir y no tener miedo al error sino al estancamiento.
La tecnología y el entorno son fuentes inagotables de oportunidades si sabemos verlas y la mentalidad abierta y atrevida es una necesidad en un mundo tan cambiante como el actual en donde nada es definitivo y la flexibilidad y adaptación a las nuevas demandas o el crear las mismas son la base misma de la supervivencia.
Planificar trimestralmente es útil para centrarse y motivarse, pero la planificación a largo hay que hacerla también.