Es un paradigma que la rapidez forma parte intrínseca de la consecución de resultados en un mundo tan cambiante como lo es el actual.
Solemos asociar eficacia con la velocidad en la toma de decisiones y en la ejecución de las mismas. De hecho hacer las cosas bien pero tarde no suele dar los mismos resultados.
Sin embargo, si sólo nos fijamos en el tiempo de respuesta como indicador del éxito estamos dejando de lado factores determinantes como la reflexión y el análisis crítico. Y si mandamos esta señal a nuestros colaboradores, (adjuntos y auxiliares) los efectos pueden ser desastrosos.
Improvisar es una necesidad en una sociedad en que los imprevistos son el pan nuestro de cada día, pero dejar todo a la improvisación es un riesgo excesivo. El tópico del español improvisador de éxito es eso, un tópico.
Los cambios en la sociedad actual son grandes y se aceleran cada día más. La presión para moverse rápido es enorme. Y también es cierto que los errores se pagan carísimos y que el actuar rápido produce más errores. En la farmacia, empresa a menudo muy limitada en medios y recursos, no deberemos caer en tropiezos con más frecuencia de lo necesario, pues la proximidad con los clientes también supone que estos se darán cuenta y los sufrirán (los errores) más rápidamente que en el resto de negocios. Las dificultades económicas del sector no deberían abocarnos a una frenética búsqueda de soluciones inmediatas.
Una tentación de poner en marcha todo lo que se nos ocurra o que nos propongan desarrollado bajo la presión de que es urgente y necesario cambiar para poder salir del agujero en el que muchas farmacias se encuentran, acaba siendo una carrera de pollos sin cabeza que conducirá en la mayoría de los casos al agotamiento y a la resignación.
Lo que no se planifica suele salir peor que lo que sí, pero aunque el calendario es importante para el plan, la selección y priorización de objetivos es mucho más importante en una situación angustiosa de falta de recursos. Las decisiones y actuaciones sin sentido conducen al caos.
El tiempo es un bien escaso y no acumulable, pero necesario para hacer las cosas bien. Y siempre hay tiempo para pensar antes de actuar. Pero no es infinito.
¿Y cómo proceder pues?:
La respuesta es clara. Dudando, pensando y en definitiva analizando para planificar. Eso sí, poniendo tiempo a esto también para no caer en la parálisis por el análisis.
Es bueno conocer algunas conductas que se repiten y que deberían alertarnos de que algo no va bien, que algo no encaja o que estamos en definitiva ante una posible pérdida de tiempo y de recursos. Yo te diría que hay una serie de actuaciones recurrentes que nos llevan a a tomar malas decisiones y que enumero a continuación de forma extensiva, aunque hay muchas más y que cuando sucedan deberían servirnos de aviso de que estamos a punto de cometer un error por las prisas:
- Cuando alguien acude frecuentemente con un tema que califica de importante, y más aún si fuera urgente.
- Cuando sólo tengas listas de cosas por hacer y ninguna de cosas por abandonar.
- Cuando debas ocuparte constantemente del desarrollo de tus colaboradores.
- Cuando veas que se lanzan a actuar sin que se haya hecho un diagnóstico de lo que está ocurriendo.
- Cada vez que desconozcas el estado de un proyecto del que eres responsable.
- Cuando te veas arrastrado a actuaciones que no son fruto de decisiones deliberadas.
- Cuando te propongan algún negocio nuevo que no puedes entender bien pero que va a dar beneficios enormes.
- Cuando vas a emprender algo que todos te dicen que no entienden o que es muy, muy difícil de explicar.
- Cada vez que alguien afirme que algo va a salir seguro bien, que no puede salir mal.
Trabajar con intensidad, moverse deprisa, tener ambición, etc. no significa actuar a ciegas o alocadamente. Cuando algo de lo anterior te pase, tomate un respiro y reflexiona. Y sólo después actúa. Como decía Machado “El futuro ya no es lo que solía ser”