El modelo farmacéutico español, el también conocido como modelo mediterráneo, se basa en la proximidad del farmacéutico al ciudadano.
Disponer de una farmacia en cada población, con independencia de su tamaño y en la mayoría de los casos de más de una y a una distancia que casi nunca sobrepasa los 250 metros, es un hecho insólito a nivel mundial y que propicia una atención sanitaria de primer nivel al alcance de todos.
El vademécum español además es de los más extensos y asequibles del mundo, y con garantía de calidad al nivel de las más altas exigencias (la Unión Europea y Estados Unidos tienen estándares de alta exigencia en cuanto al control y custodia de los medicamentos de uso humano).
Piezas clave en este modelo lo son por un lado los farmacéuticos que, con su garantía personal, profesional y patrimonial permiten que el peso de la atención y el servicio esté muy por encima del interés económico. Prevalece el servicio sobre el beneficio y si analizásemos los costes globales del servicio prestado con las remuneraciones del mismo, veríamos que estamos también ante un modelo muy eficiente económicamente hablando. Y por otro lado la distribución farmacéutica.
La distribución ha derivado en España hacia modelos de tintes cooperativos pues excepto una gran distribuidora, el resto son propiedad, en las distintas modalidades que la ley permite, ya sean cooperativas o sociedades anónimas o limitadas, de los farmacéuticos.
Las distribuidoras mayoristas son quienes permiten que el nivel de servicio de las distintas farmacias no tenga grandes variaciones con independencia del tamaño o de la ubicación de las mismas.
Es decir, ante un vademécum tan extenso, y una geografía tan variada, acercan los medicamentos en tiempo y forma a la prácticamente totalidad del territorio de modo que el nivel de precio y servicio se homogeniza.
El hecho de que existan varias distribuidoras en cada zona garantiza la competencia y contribuye a la mejora continua del servicio, a la innovación permanente y a un retorno de beneficios vía condición comercial, muy por encima de lo que harían empresas que no fueran propiedad del farmacéutico o que compitieran en régimen de monopolio.
El ciudadano debe conocer el papel sanitario que juega su farmacia y el valor que le aporta, y el farmacéutico debe ser consciente del valor que le representa su mayorista para que pueda ofrecer ese valor al ciudadano.
Cuando se produjeron los injustos y desproporcionados impagos en 2011 y 2012, los farmacéuticos echamos en falta una implicación de la banca en la resolución del problema y se vieron marcadas diferencias en cuanto al comportamiento de las distintas distribuidoras mayoristas. Sucedió, por otra parte de manera lógica, que las distribuidoras apoyaron más y mejor a sus “buenos clientes”. El apoyo fue masivo en el caso de las distribuidoras que tenían o tienen su sede social en el lugar donde se daba el problema, pues la composición de los farmacéuticos que componen su órganos de gobierno están formados pro farmacéuticos locales y por tanto que sufrían del mismo modo que el resto de clientes/socios o no, las consecuencias del impago.
Es importante pues, defender y a la vez exigir a los mayoristas locales, de modo que se apoye su gestión y pedir transparencia y eficiencia y, a los que no son locales pero que son de capital farmacéutico, la misma corresponsabilidad en momentos de crisis. Esto, en lugar de dejar a los ejecutivos de riesgos u otros que acaben de rematar a quienes lo pudieran pasar mal por razones ajenas a su gestión diaria. Los algoritmos que se inventaron los financieros o los responsables de riesgos no deben prevalecer sobre las personas y una máquina o un procedimiento no debe o no puede, sustituir en la toma de decisiones a las personas que sí que conocen a cada uno de los farmacéuticos. Los comerciales de las distribuidoras deben ser parte importante del mecanismo de apoyo de las decisiones porque ellos conocen muy bien quien es merecedor de la confianza y quien no. Por supuesto, después están los procedimientos y algoritmos que aun no tomando la decisión, pueden servir para cuantificar el riesgo o la probabilidad de fracaso de la devolución del mismo. En esos casos, los comerciales deberían ser los que bajo su responsabilidad decidieran o no o al menos participaran de la decisión de manera activa y responsable y sabiendo lo que los modelos o algoritmos les aconsejan.
Necesitamos, para defender el modelo, aliados en quienes confiar y de los que no tengamos dudas de que no nos van a abandonar cuando empiece la tormenta, que para esos ya tenemos a los bancos.
Tampoco queremos que se conviertan en ONGs y reponer el esfuerzo realizado cuando las condiciones de mercado vuelven a su normalidad.
Es de bien nacidos el ser agradecidos, es un Quid pro Quo y que no nos pase como suele, que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando llueve.
Quien tuviera una mala experiencia en su día está en su derecho de contarla y quien la tuviera buena también. Y los que no la tuvieran por pillarles la crisis mejor preparados financieramente pueden y deberían preguntar a quienes lo pasaron mal y a sí mismo quien es y quien no un buen aliado para cuando las cosas se tuercen. Y actuar.
Para los días soleados no hacen falta paraguas pero cuando cambia la previsión y amenaza la lluvia hay que tener un paraguas cerca o saber dónde buscarlo para obtener refugio.
MANUEL CALATRAVA GUNA
MARIA TORRO MARTINEZ